Vida de San Agustín
Ciclos Pictóricos: la vida de los Santos en imágenes
Una de las temáticas que privó en la decoración de los claustros conventuales de monjas y frailes, tanto en Europa como en América, fue la serie de lienzos sobre la vida de los santos fundadores de las órdenes religiosas. En la Nueva España, durante el siglo XVI, predominó la producción de frescos sobre los muros y techos de los templos, capillas y conventos. Posteriormente, entrado el siglo XVII, la técnica al óleo aplicado sobre telas o tablas sustituyó la pintura al fresco o al temple.
A semejanza de los escritos hagiográficos -aquellos que narraban las vidas de los mártires y santos-, los ciclos pictóricos que representaron las vidas virtuosas de los santos fueron una forma de "deleitar e instruir" al público. Las vidas sagradas, al estar en el claustro y por la escena que mostraban, tenían la función de exaltar los milagros que obraron en vida, así como su muerte ejemplar. Todo ello con un fin didáctico: transmitir un modelo a imitar.
La producción de este tipo de lienzos era encargada a los artistas locales de renombre o a algún pintor de la ciudad de México; la elección de los episodios a representar se basaba en los relatos biográficos escritos por los padres de la Iglesia o por miembros de las órdenes religiosas. Los óleos, generalmente, eran financiados por distintos patronos o donantes -a manera de obras pías- cuyos nombres e incluso retratos figuraban en los propios lienzos.
La vida de San Agustín, que también se muestra en este convento y cuya autoría, se presume, es del pintor poblano Miguel Gerónimo de Zendejas, consta de seis lienzos y, posiblemente, estaba dispuesta en el claustro del patio de profesas.
San Agustín (354, Tagaste-430, Hipona)
Agustín, hijo de Patricio y Mónica, fue originario de Tagaste, una aldea ubicada en la provincia romana del norte de África. Allí comenzó sus estudios de latín y griego y, más tarde, emigró a Madaura, donde continuó con su gramática y literatura. Cuando murió su padre (370), se trasladó a Cartago y siguió preparándose. Dos años después nació su hijo Adeodato. En ese tiempo se adhirió a la secta maniquea –tendencia a valorar la realidad desde una perspectiva dual–.
De vuelta a Cartago (376), Agustín impartió clases y se alejó del maniqueísmo. Transcurridos siete años partió a Roma, donde experimentó una etapa de escepticismo. Al año siguiente viajó a Milán y, por consejo de su madre, se acercó al obispo Ambrosio, quien le resolvió sus dudas acerca de la idea incorpórea del alma y de Dios, así como sobre la Escritura.
Despejadas sus inquietudes filosóficas, Agustín se retiró junto con Mónica y Adeodato a la villa de Casiciaco a preparar su bautismo. En este retiró decidió adoptar el celibato y entregarse a la comprensión de su nueva fe. En 387 fue bautizado por Ambrosio y decidió retornar a Tagaste pero, en el puerto de Ostia, su madre enfermó y murió. De regreso a África, fue ordenado sacerdote y, posteriormente, obispo de Hipona (395-96). Cuatro años después culminó una de sus horas más conocidas, Confesiones, y comenzó su labor en contra de las herejías (pelagianos y donatistas).
Agustín murió en Hipona (430) a los 76 años. En el siglo VIII su cuerpo fue trasladado a una tumba en Pavía y en el siglo XIX algunas de sus reliquias se depositaron en Hipona.