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Vida Cotidiana

Fundación de conventos femeninos en la Nueva España

Después de la llegada de los españoles al continente americano y del inicio de la conquista militar y espiritual, pronto fue necesario traer a América religiosas que contribuyeran al afianzamineto y desarollo del cristianismo, ya fuera para proteger mujeres viudas y desamparadas, educar doncellas o contribuir a la moral de la naciente sociedad virreinal.

El primer convento americano fue fundado en la Ciudad de México en 1540 por el arzobispo Juan de Zumárraga quién, persuadido de la necesidad de contar con algún monasterio en su diócesis, otorgó el hábito concepcionista a cuatro beatas venidas de España en compañía del franciscano Antonio de la Cruz. Entre las novicias de ese convento figuraba las nietas del emperador azteca Moctezuma, quienes ingresaron en 1552. Los siguientes conventos (el segundo y el tercero de la Nueva España) fueron dominicos y se establecieron en la ciudad de Puebla, en 1568, bajo las advocaciones de Santa Catalina y Santa Ana, respectivamente.

La proliferación de estos centro religiosos revela tanto el alto número de doncellas interesadas en llevar una vida religiosa como la pronta aceptación social que tuvieron. Para 1600 había ya 48 conventos establecidos en el Nuevo Mundo y un siglo después, en 1700, se establecieron 57 más, para alcanzar los 105. Durante el virreinato, las religiosas establecidas en América fueron monjas contemplativas que vivieron una absoluta clausura dentro de sus monasterios.

El arribo de las órdenes femeninas a la Nueva España obedeció a la empresa evangelizadora que en la solicitud de los españoles que participaron en la conquista (y sus descendientes), quienes requirieron la llegada de religiosos para cubrir sus necesidades espirituales y sociales. La educación de niñas, la protección de viudas, huérfanas y otras mujeres solas, así como de aquellas doncellas a quienes su condición social les impedía contraer matrimonio, fueron las principales tareas de las monjas españolas traídas a América.

A lo largo de los siglos XVI y XVII continuó la apertura de otros conventos femeninos de las órdenes de San Francisco, San Agustín y Santo Domingo, tanto en la capital del virreinato como en otras de sus ciudades importantes. Dichos monasterios, heredados de la tradición española del siglo XV, jugaron un papel decisivo en el afianzamiento del cristianismo y de los valores de la nueva élite virreinal.

Implicaciones de la vida y clausura

Al ingresar al convento, las religiosas juraban seguir cuatro votos. En orden de importancia éstos eran: obediencia, castidad, pobreza y clausura. Por el primero entendían no tener más voluntad que la del obispo y la priora. La desobediencia, por tanto, era castigada con severidad. Para seguir ek voto de castidad, además de renunciar al placer carnal, las religiosas controlaban el goce de los sentidos con el uso de telas ásperas que castigaban el cuerpo. Las monjas rogaban a Dios "aguantar" la tentación y no sentir placer al recibir los aromas de la cocina.

El voto de pobreza implicaba la renuncia a los bienes temporales. No podían poseer, recibir, gastar, comprar ni vender a título personal. Si una monja heredaba de su familia dinero o inmuebles, éstos pasaban a ser propiedad del convento y eran utilizados para el mantenimiento del mismo. Mediante el voto de clausura, las religiosas prometían vivir dentro del convento sin jamás salir de sus confines; podían abandonarlo sólo en caso de incendio o inundación, de lo contrario serían excomilgadas. Incluso al morir, la clausura de las monjas continuaba: sus cuerpos eran enterrados en la cripta del coro bajo, desde donde seguirían el oficio divino.

La observancia a la regla y tipos de conventos

En la época virreinal existieron tres tipos de conventos femeninos: de monjas calzadas, descalzas y recoletas. Éstos seguían la "regla" de San Agustín y San Benito, preceptos fundamentales que regían, en mayor o menor medida, su vida. Las monjas calzadas vivían bajo una regla moderada y cada una podía habitar su propia celda, la cual contaba con cocina, sala de estar y dos o tres dormitorios. Tenían sirvientas, esclavas y niñas a las que cada monja educaba. Estos complejos conventuales eran ciudades en miniatura con calles y patios dentro de la propia clausura.

Los conventos de monjas descalzas seguían reglas más estrictas y vivían sin lujos.Para las recoletas -cuyo nombre refiere a la "recolección" u observancia más estrecha de la regla dictada por San Agustín, específicamente- la vida era más austera que para el resto y debía hacerse en comunidad y, generalmente, subsistían con los mínimos recursos, como es el caso del convento de Santa Mónica. San Agustín había recomnedado para ellas pobreza, castidad, obediencia y vida común: se reunían en el coro alto para seguir el oficio divino, en el refectorio para almorzar, en el coro bajo para la liturgia, en la sala capitular para discutir la situación del convento y en la sala de labor para bordar y tejer.

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