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Verdaderos retratos o imágenes evocadas:

devociones entre la Vieja y la Nueva España

En el panorama de las imágenes devocionales españolas -y con el permiso de Nuestra Señora del Pilar, su patrona-, dos fueron las que, por dispares motivos, trascendieron con mayor fuerza sus ámbitos geográficos más próximos, para difundirse por el mundo hispano durante el periodo virreinal: el Cristo de Burgos y Nuestra Señora de la Soledad del convento de Mínimos de la Victoria en Madrid. Esta última desaparecida a causa de las revueltas y quema de edificios religiosos durante los tumultos de la Guerra Civil española.

El hecho de que estas dos esculturas fueran protagonistas de episodios milagrosos las convirtió en perfectas intercesoras con la divinidad y trajo consigo la producción de múltiples realizaciones artísticas como las que aquí se exhiben. El efecto focal de la devoción que se les profesa y el resultado de la sincera religiosidad de los devotos hacia estos particulares iconos escultóricos, conllevó que en muchas ocasiones se encargaran sus retratos de muy diferentes maneras y materiales. La expansión de dichas copias suele estar asociada a patrocinadores particulares, que con ello cumplían con sus ansias o promesas por tener los referentes de las imágenes de sus anhelos, muchas de ellas recuerdos perennes de sus lugares de origen, allende los mares, o en su defecto, de las que les cumplieron sus rogativas o ejercieron de singulares protectoras.

Con el objetivo de proporcionar un contexto amplio a los dos retratos escultóricos puestos en diálogo, es obligatorio para el caso de la Nueva España, aludir a la lógica infinidad de copias que se realizaron de la imagen pictórica de Nuestra Señora de Guadalupe, de la cual se sabe que incluso se le llegó a sacar una calca para su reproducción. Si bien no es común encontrar esta representación con los elementos que remiten al sitio en el cual se le rindió culto, son frecuentes los reflejos pictóricos en los que incluso se alude a que éstas fueron tocadas del original, con el valor añadido que ello conlleva a modo de “particular reliquia”.

Podemos encontrar un sinfín de retratos de imágenes de culto que cumplieron con estas funciones en el patrimonio que atesoran los templos poblanos. En la colección del propio Museo de Santa Mónica cuyo origen y patrocinadores son inciertos, pues se nutrió con las piezas de varios conventos de religiosas que fueron exclaustradas, encontramos varios ejemplos de las múltiples variantes que conforman esta categoría pictórica. Tal es el caso del Retrato de Nuestra Señora de las Maravillas del convento de la Concepción de las Agustinas recoletas de la ciudad de Pamplona, que fuera hallado debajo de un pesebre en el año de 1696, como reza la leyenda que acompaña a la imagen. O bien, la verdadera efigie de la Virgen de Loreto que, curiosamente, conserva el color de tez oscuro de su prototipo europeo y no el blanco de la copia tocada a la original, que resguardaba el Colegio de San Gregorio de la ciudad de México, cuyo blanqueamiento fue maquinado por los jesuitas.

Si bien los verdaderos retratos pudieran mostrar, cómo fue que distintas comunidades responsables del resguardo de las imágenes originales accedieron a difundir su influencia a partir de copias, lo cierto es, que también fueron temerosas de menoscabar el poder de sus piezas con estas prácticas. En este sentido y para concluir, volviendo de nuevo al tipo específico de lienzos que aquí se presentan, en el año 2010, Patricia Díaz Cayeros cuestionó el sentido de “realismo”, que generalmente se le atribuye a una gran cantidad de pinturas, que retratan imágenes escultóricas dentro de sus contextos cultuales y a las que suele denominarse “trampantojos a lo divino”. Sin negar que, en efecto, hay un vínculo entre el artificio y un cierto deseo de sustitución, ha propuesto que el problema es más complejo y requiere ser investigado a mayor profundidad. En particular, repara en la terminología que muchos textos antiguos emplean para referirse a las imágenes escultóricas originales: “simulacros”. En cambio, las inscripciones que suelen aparecer en multitud de pinturas, que copian dichas esculturas, puntualmente explican que son “verdaderos retratos”. Esta distinción -de clara raigambre platónica- entre estos dos tipos de imágenes (simulacro y copia) permite entender que, mientras las esculturas de culto originales constituyeron imágenes cargadas de existencias (simulacros) y no basadas en la mera semejanza, las pinturas que las retrataron fueron concebidas como verdaderos retratos; es decir, como copias de sus originales (de los simulacros) y un producto de la mímesis. De este modo, aunque la historiografía ha hecho énfasis en que los “trampantojos a lo divino” eran sustitutos, la investigadora nos invita a no generalizar y sugiere que, paradójicamente, las inscripciones nos recuerdan lo contario: que, aunque pudieron funcionar de manera sustitutiva, eran copias.

Curadores

  • Pablo F. Amador Marrero

  • Patricia Díaz Cayeros 

Composición de la exhibición

Galería de la exhibición

RESUMEN

No. de piezas expuestas

Pinturas

Libros impresos

Objetos

8

4

4

0

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