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Relicario

Dentro de la concepción cristiana, el cuerpo se consideraba impuro y móvil del pecado por estar sujeto a lo terreno; pero si vivía en íntima comunión con Dios, como el de los santos, se trastocaba en testimonio de lo divino, fuente de milagros y gracias. Los restos de los cuerpos de los santos, al ser conservados, se convertían en reliquias (del latín reliquiae, residuo), la prueba de su presencia en la tierra y el medio por el que manifestaban su santidad a través de milagros y beneficios espirituales. Durante la historia del cristianismo se crearon diversas clasificaciones para normar la veneración y la posesión de las reliquias, distinguiéndose tres tipos principales:

• Primera clase: huesos, carne, sangre.

• Segunda clase: objetos que los santos usaron durante su vida.

• Tercera clase: telas tocadas a las reliquias de Primera clase.

A este tipo de relicario se le denomina lispanoteca (del griego leipsana, restos) debido a que contiene numerosos fragmentos de reliquias, entre las que se pueden encontrar de Primera clase: “Pelo de N. Ma. Sta. Teresa J.” y “Carne de Sn Sebastian de Aparisio”; Segunda clase: “Abito de N. P.e Sn. F. de Asis” y “Velo de sta. Ma. Magdalena de Pasis”; y Tercera clase: “Papel con el aceite q ardia en el sepulcro de sta. Asela mr.” y “Corporal tocado al Sr. de Sta. Teresa”. Al centro, lleva una cera de Agnus Dei “amasado con huesos de santos”, objeto devocional que el Papa bendecía al inicio de su pontificado.

El relicario contiene principalmente fragmentos óseos de santos mártires de los primeros siglos del cristianismo y reliquias asociadas a algunas importantes devociones novohispanas: imágenes milagrosas y personajes con fama de santidad. Esto refleja la importancia de la veneración a los santos universales sin dejar de lado a los de carácter local y nacional. Por ejemplo, el Señor de Tlacotepec, un Cristo en el Templo del Calvario en Tlacotepec de Benito Juárez, Puebla; la Virgen de Ocotlán venerada en Tlaxcala; y el Señor de Santa Teresa, imagen milagrosa de gran fama en la Ciudad de México. También están presentes personajes notables que habitaron en la ciudad de Puebla: el beato Sebastián de Aparicio, fraile franciscano cuyo cuerpo incorrupto se conserva en la Iglesia de San Francisco y sor María de Jesús de Tomelín “El Lirio de Puebla”, monja mística y taumaturga de la Orden de la Inmaculada Concepción. Resalta la gran cantidad de reliquias de Tercera clase de esta última: lienzos mojados en un licor milagroso, que según narran las crónicas, fue expelido por sus huesos. Por esta abundancia de reliquias del “Lirio de Puebla”, este relicario pudo haber pertenecido a alguno de los dos conventos de religiosas concepcionistas fundados en la Puebla de los Ángeles: la Purísima Concepción (1593) o la Santísima Trinidad (1619).

Por sus características, este relicario parece haber sido elaborado por las monjas: cartelas con letra manuscrita, uso de papel engomado dorado, etc. y como tal, es ejemplo de las múltiples actividades en que se dividía la jornada al interior del convento de acuerdo a la regla y constituciones de cada orden. En ellas se destinaba un tiempo a la labor y obras de mano como “exercicio conveniente a la honestidad y provecho comun”. Por ejemplo, la regla de 1791 de los conventos concepcionistas de la Purísima Concepción y la Santísima Trinidad de Puebla, aconsejaba: “tengan alguna honesta recreación para que el Espíritu se aliente, y vuelva con más fervor á los Egercicios espirituales”.

La presencia del relicario en la sala Ora et labora, dedicada a mostrar objetos elaborados por las monjas, nos habla de la importancia de la presencia de reliquias en los conventos femeninos como elementos sagrados con efectos milagrosos, además de mostrar el prestigio y la riqueza del convento al poseerlas. Al recibir las reliquias, las monjas realizaban sus propios relicarios en los que las colocaban para conservarlas y venerarlas, siguiendo el principio de “orar obrando, y obrar meditando”.

Autor desconocido

¿Siglo XIX?

Madera, tela y papel

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