Refectorio
Este era unos de los espacios más amplios del edificio, pues en él se acomodaban todas las monjas del convento, profesas y novicias. La presencia de ventanas permitía realizar el almuerzo con luz natural que recordaba la iluminación espiritual que debían alcanzar al seguir sus votos, hacer oración, dominar el cuerpo y entregarse sin reservas a Dios.
Antes del mediodía, las religiosas oraban en la sala De profundis y después se dirigían al refectorio para ingerir los alimentos que llegaban de la cocina a través del torno. A al entrada del refectorio se disponía una palangana y una jarra con agua limpia para lavarse las manos, acto que reiteraba la necesidad de limpiar el cuerpo y alma.
Desde el pulpito, una monja, elegida cada semana por la priora, leía para la comunidad pasajes de la Biblia, las biografías de San Agustín o de Santa Mónica y de otros mártires cuya vida servía de ejemplo a las religiosas.