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Pascual Pérez

Ca. 1715

Óleo sobre lienzo

Se observa en primer plano la Imagen de la Virgen María con las manos cruzadas sobre el pecho, en similar ademán a la Inmaculada Concepción, ataviada con un vestido blanco y un manto azul cuyos extremos se recogen al nivel de la cintura, formando pliegues triangulares. La cabellera de la Virgen se presenta descubierta y suelta, cayendo abundantemente hacia los costados, mostrando diferentes matices que son prodigados gracias a la luz que proviene del pecho de María, uno de los puntos focales de iluminación que obedece a intenciones simbólicas, ya que en el se posa el atributo iconográfico que define a la imagen: las siete azucenas que refieren a los siete gozos de Nuestra Señora.

En el extremo inferior derecho se localiza el retrato de un personaje que por su indumentaria (túnica negra, sobrepelliz blanco y muceta) debió haber sido canónigo de la Catedral; su rostro se encuentra levantado mientras su mirada se dirige a María, esto al tiempo de que cruza sus manos al pecho, como imitando a quien tiernamente observa. El personaje aquí descrito probablemente deba ser identificado con Ignacio Asenjo y Crespo (1650-1736) canónigo de la Catedral, capellán y limosnero del obispo Manuel Fernández de Santa Cruz y principal propagador “en toda la América Septentrional” del culto a Nuestra Señora de los Gozos.

El año de 1673 el recién electo obispo Manuel Fernández de Santa Cruz salió de Cádiz rumbo a la Nueva España; en el séquito de personas que lo acompañaba se encontraba Ignacio Asenjo y Crespo, quien alcanzó el título canónigo de la Catedral. Dentro de su vida sobresale la empresa que desde 1708 realizaría en torno a la devoción de Nuestra Señora de los Gozos, culto al que dotó de fiesta dentro del mencionado recinto catedralicio, logrando que en 1732 se concediera el oficio propio de la fiesta a todo el obispado de Puebla.

Dentro de las formas en las que Asenjo buscó impulsar el culto a la también llamada Mater Gaudiosa destaca en primer orden la utilización de la imagen, para cuyo modelo probablemente tomó la estampa alemana grabada por Mattheus Schmid en el siglo XVII; también la publicación de sermones, oraciones, villancicos y grabados, ayudaron a la devoción.

Nuestra Señora de los Gozos

con retrato del canónigo Ignacio Asenjo y Crespo

Según las referencias que se conservan el lienzo provenía del convento dominico de Santa Mónica, hablándonos esto de la conocida relación que existía entre las monjas de este convento y el obispo Santa Cruz. Gracias a sermones y crónicas sabemos que la devoción a Nuestra Señora de los Gozos tuvo una importante presencia dentro de las comunidades religiosas femeninas, tal vez debido a que las religiosas eran vistas como flores limpias que crecían en un Hortus Ccnclusus (el convento), frescas azucenas similares a las que brotan del virginal pecho de María. Es así como las monjas, blanquecinos lirios consagrados a Dios, se convertían en los mismos gozos de Nuestra Señora, ya que mediante su vida pura y contemplativa, dentro de la cual se comprendía la penitencia y la oración, llenaban de dicha tanto a su esposo (Cristo) como a su Madre (María).

Cabe destacar la lógica de que el cuadro se encuentre junto al lienzo de Nuestra Señora de los Dolores, ya que la devoción de los siete Gozos (azucenas) siempre se trató de unir a la de los siete Dolores (espadas) de la Virgen. Como una prueba de esto puede citarse que en el oficio propio de Nuestra Señora de los Gozos, concedido a la angelópolis en 1732, se cantaba el himno doloroso por antonomasia: el Stabat Mater.

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