Anónimo novohispano
Siglo XVIII- XIX
Óleo sobre lienzo
Venerada antiguamente en el coro alto de este convento de Santa Mónica, el lienzo que observamos representa una vera efigies, es decir un retrato que nos vincula con la imagen original, una escultura fervorosamente entronizada en Pamplona en otro monasterio agustino.
La advocación mariana de Nuestra Señora de las Maravillas, es presentada en su altar donde el cortinaje que cubre su sacralidad ha sido develado para que el devoto contemple el misterio de la maternidad divina. De acuerdo a la novena que el jesuita José Vallarta escribió para sus devotos; el 16 de marzo de 1656 un carmelita descalzo llamado Juan de Jesús y san Joaquín dirigiéndose al convento de las agustinas recoletas de la ciudad de Pamplona encontró que en la casa de una señora y debajo del pesebre de los caballos se hallaba maltrecha una imagen de la Virgen María. Llegando al monasterio le contó a la priora lo sucedido. La religiosa le dio cinco reales al religioso para rescatar a la imagen pidiéndole la llevara con premura al monasterio. Atendiendo a la petición de la priora y las monjas, la talla entró a la Sala capitular donde le veneraron las monjas con gran ternura, doliéndose de verla manchada y empañada de telarañas.
La monja agustina mandó a restaurar la talla a Madrid, regresando al convento el 6 de octubre de 1664 y siendo colocada en un altar ex profeso para su devoción. Sobre el nombre que se le dio a la imagen, el padre Vallarta menciona que las religiosas rifaron los diversos nombres de advocaciones marianas ibéricas, saliendo tres veces ganador el título de Nuestra Señora de las Maravillas.
Para el religioso jesuita, el vero retrato de la virgen ultrajada se convertió en vínculo de hermandad entre las agustinas poblanas y sus hermanas pamplonenses. Las vírgenes indianas al igual que las españolas elevaban sus oraciones para desagraviar a la Madre de Dios, cuyo simulacro había sido olvidado entre la suciedad. El rezo coral en el coro alto durante las distintas horas canónicas, mantenía la constante oración y el recuerdo eterno de aquella imagencita que había sido rescatada del abandono de los hombres, ahora era reverenciada como “madre de las maravillas” y recuerdo eterno de la presencia maternal de María entre las hijas de san Agustín. Al llevar a la imprenta su ejercicio devoto, el padre Vallarta alentó a los fieles a seguir el ejemplo de las monjas de este convento: no dejar en la omisión el culto a María "Nuestra Señora de las Maravillas".
Nuestra Señora de las Maravillas
del coro alto de Santa Mónica de Puebla