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Mística Ciudad de Dios

Autor desconocido
Siglo XVIII
Óleo sobre lienzo

La pintura representa como elemento central a la Inmaculada Concepción en un aspecto dual, en su alegoría como la Mística Ciudad de Dios o Jerusalén celeste y en su adscripción corpórea como María Virgen. Se muestra al centro una ciudad en planta ortogonal con tres puertas a cada lado, sumando un total de doce, resguardada cada una por un ángel. Como eje central se observa a María Santísima en su representación de la Inmaculada Concepción, una mujer vestida de sol, con túnica blanca y azul y parada sobre la luna. A su lado se observa un par de ángeles que sostienen insignias con las leyendas “Mística Ciudad de Dios.” y “Milagros de su Omnipotencia.”. Es la Virgen María en sí misma la Mística Ciudad de Dios a quien rinden devoción los demás personajes de la escena.

En primer plano y en línea central con la Inmaculada y la Jerusalén celeste, se encuentra san Juan Evangelista en acción de escribir los textos del Apocalipsis, acompañado por el águila, elemento iconográfico que le identifica. En el libro sobre su regazo se lee: Vidit sancta ciutatem Ierusalem nova, descendentem de Celo a Deo, texto que atestigua su visión plasmada en el texto del Apocalipsis: “Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén descender del Cielo, de Dios”.

A los costados se observan dos personajes insignes por la defensa que realizaron en su vida del dogma inmaculista. A la izquierda se encuentra el beato Juan Duns Escoto, fraile franciscano nacido en Escocia en el siglo XIII, reconocido por ser uno de los principales promotores teológicos del mismo, también llamado el adalid de la Inmaculada; junto a él, una filacteria reza la inscripción: “Dignare me laudare te Virgo Sacrata.” –permíteme venerarte, Virgen sagrada-. A la derecha, la venerable Sor María de Jesús, monja y abadesa del convento concepcionista de Ágreda en la España del siglo XVII; la filacteria que le acompaña dice: “Loquere Dña qui audit Ancilla tua.” –habla señora, que tu sierva te escucha-. Estas palabras refuerzan el vínculo de sor María con la Inmaculada, de quien recibe instrucciones de escribir los textos contenidos en el libro intitulado Mística Ciudad de Dios.

Cabe mencionar que la disposición de los elementos iconográficos de esta pintura no es fortuita, pues se basan en el grabado realizado en 1668 por Pedro Villafranca para la editio princeps, es decir la primera edición impresa de la Mística Ciudad de Dios, hecha en Madrid en 1670. Diferentes versiones se han derivado de este grabado, como la realizada por Cristóbal de Villalpando y que se encuentra en el Santuario de Guadalupe en Zacatecas; otras más existen en espacios conventuales españoles con algunas variantes, como las de Fitero y Osuna.

La pieza aparece en el inventario realizado en 1934 al momento de la exclaustración de las religiosas agustinas del Convento de Santa Mónica, sin embargo, es difícil imaginar cuál habrá sido el emplazamiento original de la misma. Es posible que fuese parte de alguno de los espacios dedicados al estudio, la oración y el recogimiento, como la Sala de Profundis o la Sala Capitular, pues la alusión al dogma de la Inmaculada y la presencia de Sor María de Jesús de Ágreda, pudieron fungir como modelos de vida y ejemplos de virtud para el rol de la religiosa como hija y sierva de María, tomándola como co-redentora y recipiente de la gracia divina.

La presencia de la venerable madre Ágreda refuerza la función del modelo de entrega y devoción, que le permitieron una comunicación mística con la madre de Dios; atributo al cual seguramente aspiraban las religiosas que contemplaban originalmente la imagen dentro de su convento.

La presencia de esta iconografía dentro del espacio religioso femenino va encaminada a la búsqueda de convertirse en contenedor de la pureza y santidad a través de su matrimonio espiritual con Cristo. Aquella monja que, tal cual María Inmaculada, conservase su virtud como huerto cerrado, jardín de la divina gracia, miraba a la venerable Ágreda como prototipo de lo alcanzable de dicha gracia mística, y a María como el culmen de la virtud.

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