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Mariana

El culto y la devoción a la Virgen María, así como su representación iconográfica, proceden de los primeros años del cristianismo. La importancia de María en la historia sagrada obedece a que fue la madre del hijo de Dios, Jesús, el Dios hecho hombre y cuya actuación en la Tierra consiguió, para la humanidad entera, la posibilidad de redención y la vida eterna. En la religión católica la figura de María se erige como la intercesora predilecta entre los individuos y la divinidad. De ahí la importancia de sus numerosas advocaciones que son las distintas maneras de nombrar a la Virgen e invocarla.

Las primeras imágenes de María fueron traídas a la Nueva España por los conquistadores y las órdenes mendicantes. Estas obras respondían a los modelos pictóricos italianos, flamencos y españoles. Como dichas representaciones disfrutaban de cierta heterodoxia, no fue hasta el Concilio de Trento (1543-1565) cuando los cánones de composición se restringieron en pos del combate contra la herejía y en defensa de ciertos principios de fe como la virginidad de María.

A pesar de la popularidad del culto mariano en la Iglesia del Oriente y Occidente, incluso tras el descubrimiento de América, las fuentes que documentaron la vida de la Virgen eran escasas. Para llenar los huecos dejados por los cuatro evangelistas, los artistas tuvieron que acudir a los Evangelios Apócrifos, que aportaron numerosas noticias para reconstruir otras escenas de su vida. Gracias a esto fue posible pintar los ciclos de la vida de la Virgen.

Las imágenes reunidas en esta sala dan cuenta de algunos episodios de la vida de la Virgen María. Advocaciones propias de la religiosidad poblana, la mayoría pintadas por artistas locales, muestra de la tradición pictórica que engalanó los muros de las iglesias y conventos angelopolitanos.

Las advocaciones son las diversas maneras de nombrar a la Virgen María. En el arte, son los modos de representarla, respondiendo a motivaciones diferentes. Por ejemplo, cuando se plasma algún momento de su vida, se le designa como la Dolorosa, la Piedad o la Esperanza. También se le da un nombre por el lugar donde se apareció, como la Virgen de Lourdes y la Virgen de Fátima o por el sitio donde determinada imagen de María –escultórica o pictórica- fue hallada, es el caso de la Virgen del Coro y la Almudena. Otras advocaciones aluden a las cualidades en las que la feligresía encuentra consuelo, como la Virgen de la Misericordia, la del Perpetuo Socorro o la Auxiliadora.

Las cuatro obras que componen las Advocaciones de la Virgen María pertenecen a la tradición pictórica poblana del siglo XVIII. Nuestra Señora de los Dolores ha sido atribuida al pincel de Juan de Villalobos y destaca por su marcado claroscurismo. De Pascual Pérez es el lienzo de Nuestra Señora de los Gozos, en cuyo pecho convergen siete azucenas en vez de siete dagas, como es tradicional en la iconografía de la Dolorosa. Nuestra Señora de la Luz, que sostiene su característica canasta llena de corazones que simbolizan a las almas, fue realizada por un pintor de apellido Castilla. Por último, el óleo titulado Virgen María, en el que está, envuelta por un ondulante manto estrellado, es elevada ante Cristo y Dios Padre, es la autoría de Xavier Santander, un testimonio más de la nutrida tradición pictórica poblana.

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