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El Retablo.

¿Detrás del altar?

Las piezas que esta vez dialogan, entre otras cosas tienen en común el retablo, elemento unificador de las artes en la Nueva España, la relevancia de éstas y su diálogo es porque revelan la complejidad de esta amplia categoría. De entrada se debe recordar que la palabra retablo proviene del latín retro, detrás, y tabŭla, tabla; así que siguiendo la definición tradicional, un retablo es el mueble que se encuentra detrás del altar, que en los siglos XVI al XVIII en la Nueva España son grandes artefactos religiosos dispuestos en las paredes de las naves, los testeros y el crucero de las iglesias. 

Esta primera idea sobre el retablo remite a estructuras de madera donde arquitectura, escultura y pintura –con sus artífices correspondientes-, se conjuntaban para ser creadas. Las piezas de esta muestra retoman la idea inicial en una perspectiva más amplia, es decir, en forma de grabado de un frontispicio, de una pintura de un retablo pasionario y de un frontal de altar pintado, que perviven a través de esa idea del retablo. Cada una de las piezas remite al retablo de una forma distinta y en un soporte diferente, enriqueciendo nuestra idea original y favoreciendo preguntas como ¿Por qué pintar un retablo? ¿Por qué hacer el “retrato” de un retablo? y ¿Para qué ilustrar la primera página de un libro con el grabado de un retablo? Dando pie a la pregunta más general, que es sobre la circunscripción del retablo.

En la ciudad de Puebla, el retablo de los Reyes de la catedral, con sus columnas salomónicas -quizás las primeras en territorio americano- o los retablos mayores de las iglesias de san Juan de Dios y santo Domingo, son ejemplos de estas construcciones que impactan al estar frente a ellas, pues uno de sus objetivos es abstraer al feligrés de su mundo cotidiano y transportarlo a uno místico y espiritual, a través de una experiencia estético-religiosa. Desde una perspectiva pragmática, se debe recordar que cada una de estas maquinarias eran de alto costo -en promedio su hechura valía unos tres mil pesos oro, lo que hoy equivaldría a una casa regular-, así que se les puede considerar como un objeto suntuoso destinado a todo tipo de espacios devocionales, incluyendo desde grandes templos hasta pequeñas capillas domésticas. Ejemplo de éstas es el pequeño retablo relicario del museo Santa Mónica expuesto en la exposición permanente, que con sus cuarenta y nueve reliquias deja entrever la importancia del artefacto.

El Frontal de altar de esta exposición, parece hacer referencia a altares concretos antes que ser una idealización o producto de la imaginación del pintor, sin embargo esto hasta el momento no puede ser afirmado o descartado, se requiere de mayor investigación que aclare esta situación y responda a preguntas como ¿Habrá servido de referencia a sus devotos como sucede con las pinturas denominadas vera efigies [imágenes verdaderas]? ¿Funcionaba como el retablo mismo si se encontraban en alguna celda, capilla doméstica u otro espacio reducido? Sus dimensiones permiten la movilidad y con ello también una mayor cercanía de los devotos al retablo que pudo servir de “modelo”.

La mayor parte de la investigación sobre retablos hace referencia a los existentes o a los contratos que aún se conservan, habiendo pocas veces una relación directa entre los primeros y los segundos. El contrato regularmente proporciona el nombre del maestro ensamblador y, en contadas ocasiones, el nombre del pintor o escultor subcontratado, quienes realizaban la hechura de sus elementos –pinturas, esculturas- y características generales –dorado y ornamentos-.

La lectura de un retablo se hace atendiendo a sus partes de manera horizontal y vertical, siendo estas últimas las calles. Para lo horizontal hay varias denominaciones, hasta abajo está el zócalo, siendo regularmente de mampostería y donde descansa todo el retablo; después está la predela, parte angosta que da pie a los cuerpos y que sería propiamente el inicio del retablo; le siguen los cuerpos, y hasta arriba se localiza el ático o remate, que adapta su forma a las características del espacio donde se levanta. Cuando al ático le sobresale alguna forma se hace la diferenciación con el remate, como en el caso del retablo de San Juan Bautista Cuautlancingo, situación que no en todas las ocasiones es clara, razón por la cual es necesario un glosario más amplio y exacto que permita designar claramente todas las partes del retablo.

El estudio del retablo en Puebla tiene todavía mucho camino por andar, al ser una región donde es basta su conservación. Cuestiones tan sencillas habrán de solventarse, como saber a ciencia cierta, cuántos existen y dónde se localizan, para después investigar quiénes fueron sus artífices, y luego responder por qué se han conservado tantos y no sucumbieron al cambio de moda, que fue el neoclásico, incluso a los cambios del propio periodo virreinal, pues todavía perviven retablos “renacentistas” o con columnas de tipo salomónico junto a los que tienen estípite. Ni qué decir de los retablos pintados o de las pinturas de retablos, o todas las variantes que el concepto permite. El retablo es, sin lugar a dudas, un elemento dinámico que convive día a día con un sentimiento religioso, es un bien cultural con gran carga estética, artística y social del cual queda tanto por conocer.

Curador

  • Agustín R. Solano Andrade

Composición de la exhibición

Galería de la exhibición

RESUMEN

No. de piezas expuestas

Pinturas

Libros impresos

Objetos

8

4

4

0

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