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Celda

En este espacio, hoy modificado, alguna vez estuvieron las celdas individuales de las religiosas que evitaron el convento. De acuerdo con el voto de pobreza al que habían jurado a pegar su existencia, los muros (blanqueados con cal) estaban libres de decoración, cuando mucho un sencillo crucifijo les recordaba el sacrificio del hijo de Dios en la tierra por la salvación de los hombres.

Un tronco o petate hacía las veces de asiento. La cama, de gruesos tablones, se cubría con un colchón de paja y frazadas de lana. En una mesa o sobre un banco podían colocar un candelero con velas de cebo, algunos libros y los instrumentos de mortificación del cuerpo: el flagelo y los cilicios. Ésta es una recreación de cómo pudieron haber sido los espacios privados de las religiosas.

En la celda cada monja tenía espacio para la íntima realización personal. Aquí podía leer, escribir, tocar un instrumento o hacer oración mental para buscar el "rostro de Dios". Ninguna monja debía sentir que los objetos o la misma celda le pertenecían; en ese caso, y para ejemplo de toda la comunidad, la priora cambiaba la designación de celdas y libros. Las mantas, colchones, sábanas y hábitos eran de uso común. Estaba prohibido poseer cajas o cofres para guardar objetos personales. Tampoco podían visitarse unas a otras. Incluso, la priora no podía irrumpir sin justificación en una celda asignada a una religiosa.

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