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Arte Efímero,

Monumentos y Culto al Santísimo Sacramento

“El corazón de la Iglesia es la Eucaristía, y el de los templos, el Sagrario”; así resume Constantino Bayle la devoción al Santísimo Sacramento en el mundo católico. Esta devoción se expresaba principalmente en dos fiestas: el Jueves Santo, día en que Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía, y la celebración de Corpus Christi, fiesta pública y popular del mundo católico. Se trata de dos de las fiestas más importantes del Calendario católico y daban cuenta de la posición de la Iglesia de Roma frente a los cuestionamientos teológicos del protestantismo. Ello explica que estas fiestas alcanzaran un grado superlativo de magnificencia y esplendor después del Concilio de Trento.

Para la devoción al Santísimo y para la celebración de sus fiestas, los católicos idearon artefactos litúrgicos de gran belleza y complejidad: sagrarios, tabernáculos, custodias, andas, palios, carros alegóricos y monumentos efímeros como el que hoy mostramos, aunque sólo nos queden fragmentos que apenas dan cuenta de su esplendor. Como podemos adivinar en la reconstrucción que se propone, el monumento de Jueves Santo era una suerte de escenografía a modo de Sagrario o tabernáculo armable, en el que se exhibía el Santísimo.

En el mundo hispánico y en la América española era y sigue siendo tradición visitar los Monumentos de Semana Santa. Hasta mediados del siglo XX sobrevivieron y se montaron estos monumentos que según sus características formales y constructivas se dividían básicamente en dos tipos: los llamados “turriformes” y las “perspectivas”. Los primeros eran tridimensionales, de madera pintada, dorada y estofada, y se inspiraban en las grandes custodias de plata de las catedrales españolas y americanas. La catedral de Puebla contó con un monumento de madera de tipo turriforme, diseñado y realizado por el gran escultor Esteban Gutiérrez. Cuando este monumento empezó a deteriorarse fue sustituido por una Perspectiva que el obispo Antonio Joaquín Pérez Martínez encargó en 1825 al pintor Julián Ordóñez. Esta perspectiva se montaba en catedral todos los años, hasta mediados del siglo pasado.

Las perspectivas eran enormes telas pintadas, simulando construcciones arquitectónicas, con alegorías y personajes. El autor de la perspectiva tenía que dominar el efecto de tridimensionalidad para lograr el impacto que se buscaba. En estas instalaciones jugaba un papel importantísimo la iluminación mediante velas, cuyo costo era altísimo, y corría a cargo de la Cofradía del Santísimo Sacramento.

No podemos asegurar de donde proceden las telas que estamos presentando, aunque podemos suponer que pertenecieron a alguno de los conventos de la ciudad. Sabemos que Julián Ordóñez pintó varias de estas perspectivas para las principales iglesias y conventos de la ciudad de Puebla. En todo caso, el estilo de las pinturas sugiere que se trata de una obra perteneciente al mismo conjunto, presuntamente de principios del siglo XIX por los rasgos academicistas del dibujo. Se trata de un dibujo correcto, donde predomina la línea. El color se reduce a una gama de grises, siguiendo un tipo de pintura que puso de moda el neoclasicismo, simulando los relieves y las esculturas en mármol. Julián Ordóñez fue un experto en este tipo de pintura, pero otros pintores poblanos también lo cultivaron. Recordemos las dos bellas figuras en grisalla (San Jerónimo y San Ignacio) atribuidas también a Julián Ordóñez, colocadas en la escalera del Colegio Carolino.

Perdidas para siempre estas Perspectivas, el rescate de estos fragmentos por parte del Museo de Santa Mónica, son de gran valor no sólo para conocer un género pictórico olvidado sino para entender la estrecha relación entre el arte efímero, los despliegues litúrgicos de antaño y las grandes devociones del catolicismo.

Curadora

  • Montserrat Galí Boadella

Composición de la exhibición

Galería de la exhibición

RESUMEN

No. de piezas expuestas

Pinturas

Libros impresos

Objetos

8

4

4

0

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