Alegorías y Patrocinios
La iconografía es la disciplina que se aboca al estudio y descripción de la imagen, ya sea pictórica, escultórica o arquitectónica. También se ocupa de sus aspectos simbólicos y alegóricos. En el arte religioso, las numerosas imágenes de santos, mártires, vírgenes y arcángeles poseen atributos iconográficos singulares, características que nos ayuda a develarla identidad del personaje.
En esta sala se exhiben tres lienzos. El primero de ellos, Religiosa con el Niño Jesús y querubines, representa a Santa Gertrudis, la Grande, reconocible por el báculo que aprieta contra el pecho, su corazón inflamado de amor y el Niño Jesús, que aparece entre sus brazos y que normalmente emerge de su croazón.
El siguiente óleo es San Ignacio de Loyola y la Divina Providencia. Fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio se distingue por su calvicie, frente amplia y nariz recta y prominente. Viste la indumentaria litúrgica con el anagrama de Jesús, "IHS", inserto en su disco dorado sobre su pecho y sosteniendo un libro con la leyenda Ad Maiorem Dei Gloriam, lema de la orden jesuita.
El último lienzo representa a San Francisco Javier, jesuita cercano a Ignacio de Loyola, quién destaca por su rostro barbado, sotana, sobrepelliz y estola, así como por el crucifijo de misionero que sostiene en la mano izquierda y la azucena, en alusión a la pureza.
Puebla de los Ángeles fue la segunda ciudad en importancia del virreinato de la Nueva España y tuvo un temprano desarrollo artístico debido a su prematuro florecimiento económico y cultural. Por ello, entre los siglos XVII y XVIII, los pintores extranjeros Simón Pereyns, Luis Lagarto, Diego de Borgraf, Pedro García Ferrer y los novohispanos Cristóbal de Villalpando, Juan Correa y Miguel Cabrera se establecieron en Puebla; aquí trabajaron en numerosos encargos eclesiásticos y civiles, marcando con ello una tendencia dentro de la producción estética local.
La consolidación artística de Pascual Pérez, Juan de Villalobos y José del Castillo, Luis Berrueco y Juan Correa –la mayoría poblanos- señaló el final de la plástica del siglo XVII y de comienzos del XVIII. Estos autores pintaron para templos y conventos de acuerdo con las devociones de cada orden; por ejemplo: Santa Rita de Casia y Santo Tomás de Villanueva son imágenes recurrentes en los conventos agustinos, mientras que Santa Catalina y Santo Tomás de Aquino lo son en los de Santa Catalina; Santa Clara de Montefalco y San Francisco de Asís son patronos emblemáticos de la orden capuchina.
Avanzando el siglo XVIII, José Patricio Polo, José Ortiz, Miguel Cabrera, José de Páez, Andrés López y Miguel Gerónimo de Zendejas abandonaron el claroscurismo incorporaron colores más suaves a sus composiciones. La serie de la vida de San Agustín, plasmada por Zendejas, dio muestra de ese tránsito cromático.